martes, 26 de marzo de 2013

El día que me llamaron Nini

De vez en cuando, y solo de vez en cuando, me pasan cosas dignas de ser contadas. Y esta creo que es una de ellas. Todavía me acuerdo de ese día como si fuera hoy. Me encontraba en Valencia, en una de las ya habituales para mí galas de peluquería en las que participo. Primero la novedad y luego la necesidad me han hecho ser asidua a estas galas donde el pelo se convierte en moneda de cambio. Sí, suena exagerado pero llamemos a cada cosa por su nombre. Las galas de peluquería sirven para vender tu pelo. Y tu imagen. 

Para aquellos que sean ajenos a ellas, les contaré su funcionamiento. Un salón quiere organizar un curso práctico sobre técnicas de peluquería y organiza una gala en la que dos o tres azafatas, previa selección, se dejan hacer a su antojo. (En el pelo, se entiende). Después de eso, pasado un mes o dos cobras un dinero que más bien es una propina.

Desde que un día descubrí estos trabajos en Valladolid, me he apuntado a todos los castings que he encontrado. En Pucela mi pelo no esta muy cotizado pero en Valencia tiene mucho éxito hasta el momento. Me han cogido prácticamente en todos los castings a los que me he presentado. Y cada vez más, me siento como Joe en Mujercitas o Fantine en los Miserables (esta última interpretada en el cine por Anne Hataway, seguro que os viene a la mente su imagen con el pelo a lo chico). 

En una de estas galas, en la que, por cierto, solo me tiñeron un poquito las puntas de un color más claro al de mi cabello haciéndome así las mal llamadas mechas californianas, el peluquero emulaba en el escenario una relación normal con sus clientas en su salón de belleza. Era mi turno, me subo, nos saludamos, me siento y me pregunta cómo me peino habitualmente. Hasta ahí todo normal. 

Después me pregunta que en qué trabajo y le cuento que actualmente, después de terminar mis estudios, estoy buscando empleo sin poco éxito hasta el momento. Es entonces cuando el peluquero se transforma y se dirige al público, a los alumnos del curso y como si yo no estuviera delante les cuenta cómo actuar cuando un nini se presenta en su salón. Yo, con la boca abierta y un poco indignada por la afirmación tan atrevida como equivocada de mi amigo el peluquero, me quedo en el escenario aguantando el tipo y sin decir nada  porque estaba trabajando, no era políticamente correcto y porque tenía mi pelo en sus manos.

Pero me pareció muy osado que diera por sentado sin conocerme que era una nini, que ni estudiaba ni trabajaba, lo que demostró primero que no tiene buen ojo para la gente y segundo que no escuchó lo que le dije. Solo por ser joven y estar en paro ya tienes que ser nini. Me da coraje porque yo estoy en paro pero no parada. Me gustaría mucho tener un trabajo. Si fuera de periodista mejor que mejor, pero si es de dependienta, de camarera o de recolectora de naranjas me es indiferente. Lo que quiero es estar ocupada.

Estoy estudiando valenciano, hago un curso de community manager, practico con photoshop y dreamweaver y además me ocupo de los dos blogs. A lo que hay que sumar mi reciente trabajo de ama de casa que me ocupa gran parte de mi tiempo y mi ferviente preparación para la operación bikini en el gimnasio. Pero cambiaría todo por tener un trabajo. Así que no digan que los jóvenes como yo somos ninis o que no tenemos ganas de trabajar. Tenemos, y muchas.

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